miércoles, 4 de noviembre de 2015

ROGUE LEGACY: La nueva droga

Bueno, hace no mucho (poco más de un par de semanas), me compré un juego llamado Rogue Legacy, un "rogue-like" en scroll lateral muy interesante. En ese juego uno deberá adentrarse en un misterioso castillo, un castillo que se genera aleatoriamente con cada partida. En efecto, es un castillo cambiante, y nuestro trabajo será el de desentrañar los misterios que oculta en su interior. Cada muerte supone una generación, es decir, pasaremos de controlar a nuestro avatar para controlar a su hijo, y así sucesivamente con cada muerte. Extenderemos el linaje hasta límites insospechados, hasta que perdamos la noción del tiempo. Y el tema del linaje no es aleatorio, desde luego; con cada muerte, el juego nos dará a escoger uno entre tres descendientes, y lo más maravilloso de esto es que cada cuál tendrá unas taras genéticas. En efecto, estoy diciendo justo lo que parece: miopía, calvicie, daltonismo, gigantismo, vértigo... son algunas de las características genéticas que podrá presentar cada personaje, hasta un máximo de dos. Y lo más maravilloso de todo, absolutamente TODAS influyen drásticamente en la jugabilidad (o al menos el 99%). Así pues, al sistema de clases clásico en este género le sumamos esta variabilidad genética, que si bien es cierto se puede llegar a hacer repetitivo, siempre presentará un reto para nosotros.

Pero bueno, no estamos aquí para hacer una descripción detallada del juego, estamos aquí para ver qué opino de él (bueno, yo lo contaré, y a quien le interese ya lo leerá). En primer lugar, mentiría si dijera que no me he pegado el viciote de mi vida. Entre matar monstruos, recolectar dinero, subir las estadísticas, conseguir los desbloqueables... Cuando me quise dar cuenta, llevaba ya 30 horas jugadas. 30 putas horas en menos de dos semanas. Es lo más cercano a la heroína que voy a estar. Y lo mejor de todo, aún estoy muy lejos de completar el juego al 100%, así que aún puedo echarle otras 30 horas.

El juego me costó poco más de 10€, y le he echado más horas que algunos que otros juegos de 50€. Y es una pequeña joya que no solo recomiendo a todo aquél con una insana obsesión por recolectar y mejorar estadísticas como yo, si no que se lo recomiendo a cualquiera que le gusten los hack and slash. Y el juego no es muy difícil, plantea un reto en momentos muy determinados, y todo se soluciona grindeando como si fuéramos hijos de puta.

Podría seguir hablando del juego durante mucho más rato, pero me cansa ser redundante, pues el mensaje que ha de quedar al final es QUE TENÉIS QUE COMPRAR ESTE JUEGO PARA ANTES DE AYER. Y ya está.

viernes, 13 de marzo de 2015

Pausa dramática ligeramente excesiva

Bueno, pues sí, supongo que alguien habrá notado mi ausencia. En efecto, he desaparecido un tiempecito más bien largo. ¿Y a qué se debe eso? Pues a una mezcla de inconmensurable trabajo de parte de la universidad y a que se rompió el teclado de mi portátil. En efecto, se rompió el teclado, inutilizando unas cuantas teclas. Teclas al azar, por cierto, no es que se rompiera una región concreta, no: la mitad de teclas iban, la otra mitad no. Así porque sí.

El caso es que ahora tengo un teclado nuevo, el cual he enchufado mediante USB a mi portátil y ahora va como la seda. No solo me permite escribir lo que me salga de los huevos, si no que además también dispongo de la universidad, donde en su biblioteca hay un excelente equipo de ordenadores de última generación listos para ser usados.

En fin, que si no he actualizado este bloc hasta la fecha es básicamente por las razones que he mencionado ahora mismo (si levantas la vista 5 cm lo verás). También ha influido la vagancia y la pereza, pero bueno. Cosas que pasan.

Muerte a los spammers de Whatsapp

Bueno, quizás os aburrís, quizás no, pero si estáis leyendo esto, es porque os interesa lo que voy a decir. Aunque realmente yo no digo nada, sólo lo escribo. Y no estoy "a punto de". Ya está escrito. Si lo estás leyendo, es porque ya está escrito, ¿no?

Bueno, dejando eso de lado, comencemos con el tema en cuestión: me cago en los putos spammers de Whatsapp (entendiendo spammer como un anglicismo cuyo significado es "persona sin vida propia y con don de tocapelotismo con capacidad de enviar más de 15 mensajes por segundo y que hacen que tu móbil vibren más que el puto consolador de Sasha Grey").

Así es, hay gente que parece ser no entiende que tu vida contempla más aspectos que responder los mensajes de Whatsapp. Envían mensajes a cualquier hora, y en cuanto ven que pasas de ellos (porque pasas de ellos) te llenan el móbil de mensajes de mierda para reclamar tu atención. Dan ganas de matar gente, esto es así, pero hay que contenerse. Probablemente, se cansen ellos antes que tú, ¡JA! Te enviarán mensajes y mensajes, cada vez más seguidos, hasta que respondas. No se cansan. Jamás. Nunca.

Y una vez has respondido con algún mensaje corto, dando a entender que NO QUIERES HABLAR, si vuelves a tus labores de ignorar tales borregos volverán a empezar el ritual, sin ningún tipo de problema o inconveniente. En efecto, no sólo exigen que leas los mensajes que te mandan siempre y que les respondas al instante, no; también exigen que te mantengas en su conversación hasta que ellos lo estimen pertinente.

Y no se acaba ahí la cosa, qué va... Cuando eres tú el que quiere hablar con ellos (vete tú a saber con qué oscuro fin alguien querría algo así), no responden al instante, no; prefieren esperar a las siguiente dinastía de emperadores chinos para contestar. Y cuanta más urgencia requiera tu asunto con ellos, más tardarán en contestarte.

Por todas esas cosas, muchas veces me dan ganas de cojer mi teléfono móvil, meterlo en una práctica bolsita de plástico cerrada herméticamente y metérsela por el ano a más de uno. Dios, qué asco de gente, ahora entiendo a Hitler y su manía de exterminar razas.

jueves, 12 de marzo de 2015

Timing en el laboratorio

Bueno, estudio química, hasta ahí todo correcto. En la universidad, claro. Bien, y en esa carrera realizo prácticas de laboratorio. Y es sobre éstos que tengo algo que decir: me cago en el que organiza los putos laboratorios.

Claro, puede parecer muy sencillo, tú llegas al laboratorio, realizas un par de cálculos, te pones con el experimento, luego recojes, limpias, analizas muestras, comparas resultados... Sí, eso es muy bonito, pero no cuando tienes el puto tiempo pegado al culo. En efecto, este mismo año, en las prácticas de laboratorio de la asignatura química analítica he sufrido en mis carnes el estrés puros al que se somete alguien cuando tiene a genuinos tocapelotas por profesores de laboratorio. No sólo no me explicaban qué hacía mal o cómo podría mejorar, si no que encima me recriminaban cada uno de mis errores a grito pelado y delante de todo el mundo. Todo muy lógico, obviamente. Y no todo acaba ahí, no: en ese laboratorio nos dejaban dos días de tiempo por práctica. Realmente no está mal, si vas seguro de ti mismo se pueden hacer en la mitad de tiempo sin muchos quebraderos de cabeza. Pero, obviamente, yo no iba seguro de mí mismo, al contrario, yo iba sin tener ni puta idea de lo que hacer, en ningún momento. Claro, que los profesores hubieran ido supervisando mi trabajo y resolviendo mis dudas poco a poco y de forma amable habría sido el camino amable, y no queremos eso, nosotros queremos el camino de la hijoputez, así que lo mejor es callarse como putas y gritar en cuanto comience a cometer fallos. En fin, muy decepcionado con todo...

El caso es que, después de esta maldita tortura que terminó con mi integridad psíquica, no quería ni imaginarme que clase de horrores me tenían preparado para el laboratorio de la asignatura de análisis instrumental, asignatura que es continuación de la primera de la que he hablado. Pues bien, de forma completamente orgullosa he de decir que no hay ni punto de comparación: de las dos profesoras que me amargaron la existencia en el anterior laboratorio, una repite conmigo en este laboratorio, pero esta vez está sonriente y con ganas de enseñarme cosas. Si tenemos dudas, preguntamos y ya está, nos responden con una sonrisa en la cara. Si algo nos sale mal, lo repetimos, no pasa nada, tenemos tiempo de sobra. Literalmente. Esta vez, estamos realizando cada práctica en un cuarto del tiempo que tienen previsto para cada una de ellas. Obviamente, ahora SÍ que me gusta el laboratorio, pues me siento cómodo y a gusto, aprendo y realizo experimentos de forma relajada y hasta me puedo permitir el lujo de descansar de vez en cuando con mis compañeros. Todo muy idílico, vaya.

En conclusión, realmente el laboratorio me gusta, lo que me toca mucho los huevos son esos profesores prepotentes y que esperan que lo hagas todo bien a la primera y sin soltar una maldita explicación. Pero bueno, así es la vida, mejor irse acostumbrando.

Sin pisar el aula

Bueno, como muchos ya sabréis, estoy en una carrera. Una universitaria, concretamente. Las otras no me gustan. Las de correr, digo. Yo sólo conozco una forma de correr, y no es precisamente de la que se hace en chándal. Pero bueno, resumiendo, que estoy estudiando en la universidad.

Bien, pues, el otro día me puse a reflexionar seriamente: ¿realmente hace falta ir a clase para aprender y aprobar? La respuesta es NO. Realmente no es necesario en absoluto, puedes quedarte tranquilamente en casa mientras tus compañeros se tragan una estúpida clase que durará de una a tres horas. Además, tengo internet, es decir, acceso al conocimiento absoluto desde mi habitación. Todo muy cómodo, desde luego, y ante cualquier duda que me pueda surgir tengo al profesor en su despacho esperándome. Claro, yo pago una matrícula para tener el derecho a asistir a clase, no la obligación...

En fin, cualquiera diría que este razonamiento no es más que una burda excusa para no tener cargo de conciencia por faltar a clase; a ver, razón no les falta, no voy tampoco a mentir ahora. Pero bueno, es una bonita reflexión de la vida, creo yo. Ale, a pastar.