jueves, 12 de marzo de 2015

Timing en el laboratorio

Bueno, estudio química, hasta ahí todo correcto. En la universidad, claro. Bien, y en esa carrera realizo prácticas de laboratorio. Y es sobre éstos que tengo algo que decir: me cago en el que organiza los putos laboratorios.

Claro, puede parecer muy sencillo, tú llegas al laboratorio, realizas un par de cálculos, te pones con el experimento, luego recojes, limpias, analizas muestras, comparas resultados... Sí, eso es muy bonito, pero no cuando tienes el puto tiempo pegado al culo. En efecto, este mismo año, en las prácticas de laboratorio de la asignatura química analítica he sufrido en mis carnes el estrés puros al que se somete alguien cuando tiene a genuinos tocapelotas por profesores de laboratorio. No sólo no me explicaban qué hacía mal o cómo podría mejorar, si no que encima me recriminaban cada uno de mis errores a grito pelado y delante de todo el mundo. Todo muy lógico, obviamente. Y no todo acaba ahí, no: en ese laboratorio nos dejaban dos días de tiempo por práctica. Realmente no está mal, si vas seguro de ti mismo se pueden hacer en la mitad de tiempo sin muchos quebraderos de cabeza. Pero, obviamente, yo no iba seguro de mí mismo, al contrario, yo iba sin tener ni puta idea de lo que hacer, en ningún momento. Claro, que los profesores hubieran ido supervisando mi trabajo y resolviendo mis dudas poco a poco y de forma amable habría sido el camino amable, y no queremos eso, nosotros queremos el camino de la hijoputez, así que lo mejor es callarse como putas y gritar en cuanto comience a cometer fallos. En fin, muy decepcionado con todo...

El caso es que, después de esta maldita tortura que terminó con mi integridad psíquica, no quería ni imaginarme que clase de horrores me tenían preparado para el laboratorio de la asignatura de análisis instrumental, asignatura que es continuación de la primera de la que he hablado. Pues bien, de forma completamente orgullosa he de decir que no hay ni punto de comparación: de las dos profesoras que me amargaron la existencia en el anterior laboratorio, una repite conmigo en este laboratorio, pero esta vez está sonriente y con ganas de enseñarme cosas. Si tenemos dudas, preguntamos y ya está, nos responden con una sonrisa en la cara. Si algo nos sale mal, lo repetimos, no pasa nada, tenemos tiempo de sobra. Literalmente. Esta vez, estamos realizando cada práctica en un cuarto del tiempo que tienen previsto para cada una de ellas. Obviamente, ahora SÍ que me gusta el laboratorio, pues me siento cómodo y a gusto, aprendo y realizo experimentos de forma relajada y hasta me puedo permitir el lujo de descansar de vez en cuando con mis compañeros. Todo muy idílico, vaya.

En conclusión, realmente el laboratorio me gusta, lo que me toca mucho los huevos son esos profesores prepotentes y que esperan que lo hagas todo bien a la primera y sin soltar una maldita explicación. Pero bueno, así es la vida, mejor irse acostumbrando.

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